Salimos de la ciudad de Lima un poco después de las 10:30 PM, cuarenta y cinco minutos más tarde de lo prometido por la compañía de transportes. Mientras esperábamos en la terminal la hora de salida, me dije que la organización de esa empresa dejaba bastante que desear: el espacio para embarque y desembarco era mínimo, la gente no cabía en la sala de espera, el mostrador estaba detrás de unas rejas como de zoológico, y lo peor es que no veíamos la hora de salir, pues unos decían que aún esperaban el bus de las nueve, otros el de las nueve y media… y todo en el bello barrio de La Victoria, reputado por su ambiente festivamente agresivo y de bandas no precisamente musicales.
Dicen que siempre hay que sufrir un poco para llegar al paraíso y eso era precisamente lo que nos estaba sucediendo: tomábamos nuestras últimas bocanadas urbanas antes de comenzar a ver el verdor del Perú selvático.
A las siete de la mañana, descendíamos de nuestro autobús (que al menos cumplió parcialmente con sus funciones de bus-cama) y llegábamos a La Merced, en el departamento de Junín. Ahí, nos esperaban ya dos combis (la logística de transporte, eso sí, estuvo bastante bien organizada) en cuyos techos depositamos nuestras cosas y subimos algo así como catorce personas por auto, (nada fuera de lo común, pues mi récord, en Huancavelica, es de 25 en un vehículo del mismo tamaño), con dirección a Villa Rica, en el Departamento de Pasco, donde pasaríamos el resto de nuestro viaje.
Después de una hora y media de brincos en los huecos de la carretera y de un par de sustos por las habilidades de manejo de nuestros conductores (aún me río cuando me dicen que en Taiwán se conduce horrible –seguro jamás han conocido el Perú-), arribamos a la gran población, (o pequeña ciudad, según se le vea), que era nuestro segundo punto de trasbordo.
Antes de partir de Villa Rica, en algo así como veinte minutos, hicimos nuestras compras de último momento (botas de jebe, impermeables, alimentos) y tomamos un breve desayuno, pues el camino aún era largo y había que hacerlo en un par de camionetas de 4 x 4 que estaban, ¡oh sorpresa!, también esperando por nosotros. Dado que el número de estudiantes sobrepasaba largamente el de los sillones disponibles, muchos tuvieron que ir en la tolva, y al final todos habíamos pasado por ese sitio, pues las seis horas de viaje nos exigían la rotación.
Entre huecos, lluvia, riachuelos (y otros no tan riachuelos), pequeños poblados y paradas técnicas (viajar con 26 personas siempre tiende a hacer los traslados más lentos), llegamos a un sitio de nombre Palcazu, donde almorzamos una deliciosa pachamanca.
Desde este último sitio a Pan de Azúcar, hicimos un par de horas más. El camino, aunque un poco complicado por ir en las tolvas, era hermoso: la ceja de selva frente a nosotros, con algunos pequeños poblados y una cantidad enorme de vegetación; bastante agua corría hacia el río Palcazu y sus afluentes. Sería bueno hablar sólo de la belleza, pero se debe reconocer que en esa área se encuentran bastantes espacios en que se practica la tumba y quema para abrir pastizales y zonas de cultivo, del mismo modo que en el camino nos topamos con bastantes camiones madereros que hacen extracción, en algunos casos ilegal, de este recurso.
En Pan de azúcar nos tenía que esperar un grupo de lanchas, pero debido al retraso que comenzábamos a acumular, los propietarios de las embarcaciones habían decidido partir, y no tuvimos más remedio que hacer una caminata de casi una hora por la selva, por el costado del río, hasta llegar ya entrada la noche a un sitio donde nos logró recuperar una embarcación, con don Máximo, nuestro guía. Gracias a ellos, logramos cruzar la corriente y hacer alto en Playa Caliente, donde nos acogieron con una rica comida y espacio para acampar o pernoctar en la cabaña
La mañana siguiente, después de un pequeño desayuno, fuimos a la quebrada Muñiz, para conocer una catarata y nadar un poco en ella. La travesía comenzaba a ser más interesante, pues nuestras embarcaciones, bajas y anchas, prestaban poca resistencia a la fuerza de las olas, lo que nos hacía recibir un poco de agua y temer, los más novatos, el chapuzón que nos haría conocer el río desde sus profundidades. Por fortuna nada pasó de un poco de agua y algunos gritos estudiantiles.
El río parecía inofensivo, pero en los sitios donde se cruzaban las corrientes, se hacía un poco agresivo y en un par de ocasiones debimos hacer paradas en tierra, caminar un poco y esperar a que las lanchas cruzaran los caudales sin nosotros para después recogernos metros más arriba.
Al final, luego de un par de horas en la quebrada, un descanso rápido en Playa Caliente, y una caminata mezclada con paseo en bote, llegamos a los límites del Parque Nacional Yanachaga Chemillén, uno más de los paraísos del Perú: ahí comenzaba el espacio casi intocado y dejábamos la zona de amortiguamiento en que aún había algunos asentamientos. Seguimos y un par de kilómetros más adelante, arribamos a la estación Paujil, donde nos recibió el equipo de INRENA, que nos proporcionó áreas y facilidades para quedarnos en el parque por una noche, aunque originalmente debían ser dos, pero el clima nos obligó a cambiar de decisión.
Recorrimos una pequeña parte, hicimos observación de aves, subimos al mirador (donde dos de nuestras compañeras de viaje estuvieron a punto de deslizarse por las paredes verticales de la montaña y afortunadamente fueron rescatadas por nuestro guía), nadamos en el río y tuvimos oportunidad de recibir una plática por parte de Eduardo, el jefe del área, quien nos dio a conocer los proyectos, así como el estatus actual de Yanachaga y su interés por el turismo científico. Desafortunadamente la lejanía es uno de sus principales problemas, pues como el lector habrá podido constatar, nos tomó casi 22 horas llegar desde la ciudad de Lima; por otro lado, el parque es enorme: 122,000 hectáreas, con altitudes que fluctúan entre los 350 y los 3500 metros sobre nivel del mar... aunado a eso, Eduardo y su equipo están a cargo del parque, de la zona comunal Yanesha y del bosque de protección San Matías San Carlos… ¡y sólo con un equipo de menos de diez personas!
El domingo comenzó a llover alrededor de las 2 de la mañana y la lluvia no cesó sino hasta las diez aproximadamente, situación que rompió los planes de visita a una colpa (zona donde se encuentran algunos animales) y nos obligó a tomar una decisión importante: permanecer en el parque nos ponía en el riesgo de no poder salir de él una vez que la lluvia arreciara y saturara el río (lo que lo haría intransitable). El humano no ha logrado controlar factores como el clima (tal vez debamos decir, afortunadamente), así que salimos de regreso a Playa Caliente, donde nos tuvimos que conformar con una última caminata en la selva para observar un poco de flora y, después de cenar, con una buena plática de fantasmas, almas que penan y seres del bosque. Prontos a dormir, fuimos a observar las estrellas, y así olvidamos los miedos que aún nos invadían… el día siguiente nos esperaba de nuevo el largo camino de vuelta a casa, con más lluvia, largas caminatas, viajes en tolva de camioneta y fuertes corrientes del río.
Como siempre que el tiempo es poco y los sitios hermosos, el parque nos dejó ese delicioso sabor de sólo haber conocido una mínima parte de él, y que nos obliga a volver pronto.
¡ y si es con el grupo de Ecoturismo, iremos con más ganas todavía!
Algunas fotos adicionales:
La deforestación por tala y quema
Una colonia de champiñones muy felices
La quebrada de Muñíz
¿ Vamos ?
¿ Me tomas una foto ?
o ...
Prueba de cámaras
Piedras en Playa Caliente
... et pur, se move
Mi mochila siempre acompañando
Al regreso, asegúrate de rentar
una camioneta en buen estado
Gente de una de las 10 comunidades Yanesha
- ¡Duros para fotografiarse!-
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